Miré a las estrellas, y mi vista estaba ligeramente borrosa, no sabía si eran por las lágrimas o por el alcohol. Pero estaban desenfocadas, no brillaban como cualquier otro día. No me daban repuestas a mis preguntas.
A lo largo de la noche, se fueron volviendo, aún más borrosas, más lejanas. La noche se volvía oscura, quizás la más oscura que mis ojos turbios, habían visto.
Y llego el amanecer. Para darme el alivio que una noche, no pudo darme. Me dio el abrazo que las estrellas no me brindaron y la luz para resolver las preguntas.
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