Caminando me encontré con una piedra, y una vida escrita en ella. Unas letras se escribían, mientras la piedra en mi mano se desasía. Y el veneno de su nombre, en mi piel se transformaba, robando todo aquello que una vez había sido mío. El veneno dulce, se convertía en un ángel blanco con ojos negros, que me indicaba un camino, quizás a un futuro o a un infierno.
Caminando, pensando en el ángel, me encontré con tu mirada, y en ella aquel ángel se reflejaba. Con una sonrisa y con más luz que nunca, aquel ángel se desvaneció hasta su alma y supe que había llegado a mi destino.
Una piedra en su cuello me confirmó que era él. Y que uno del otro siempre dependeríamos.
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